Cuando yo era una niña, mi madre, con el espíritu ecónomo de todos los que habían vivido la guerra civil, me enseñó a coser, reformar y zurcir la ropa con el fin de arreglar lo mismo un roto que un descosido. Mi padre también me enseñó rudimentos de bricolaje. Así pues, no me gusta la idea de despreciar o condenar una cosa sólo porque muestra algún desperfecto. Al contrario, siempre intento lo imposible para devolverle su utilidad.
Algo así puede pasar con el texto de cualquier investigación histórica. En la mía, si se rompe alguna puntada, si se descose alguna costura que parecía bien atada, o si hace falta ensanchar las hechuras porque ha engordado, esta página servirá como taller de costura y reparación.
El objetivo de esta web era trascender el límite espacio-temporal de la investigación que se ha llevado a cabo, ampliando los contenidos, profundizando en los que ya existen, e incluso modificándolos al hilo de nuevas investigaciones o con la ayuda de fuentes no consultadas hasta ahora. Hoy toca zurcir y, también, aderezar. Aquí traigo algunos datos que necesitan un repaso y otros que se completan con nuevos detalles.
1. Abril de 1808: liberación de Godoy y su viaje a Bayona
Durante el mes de abril, entre Madrid y Bayona, desfiló toda la familia real acompañada por parte de la corte, respondiendo a la convocatoria del astuto Napoleón. El emperador, según se desprende de la correspondencia que mantuvo durante semanas con sus generales, urdió un engaño con su complicidad para hacerse con el control de España.
Como sabemos, en Burgos, el Bailío Antonio Valdés ofreció su palacio para recibir a personajes regios y cortesanos en los diferentes días en que se verificó su paso por la ciudad. Así, pernoctaron en Burgos el infante Carlos María Isidro (6 de abril), el recién coronado Fernando VII (12 de abril), los reyes padres Carlos IV y María Luisa de Parma (27 de abril), su hija, reina de Etruria con su hija Luisa Carlota, de 5 años, y con su hermano menor Francisco de Paula, de 13 años (6 de mayo). Según las cartas de Murat al emperador, el pequeño rey de Etruria, Carlos-Luis, de 8 años, no salió de Madrid con su madre y su hermana el día 3 de mayo debido a una enfermedad; lo hizo el 8 de mayo y, en el momento de su paso por Burgos, don Antonio Valdés ya no estaba en la ciudad, como confirma él mismo: “y aún no esperé al Rey de Etruria que llegó después de mi salida” (Exposición documentada que ha hecho a la Regencia del Reino el Bailío D. Antonio Valdés y Bazán, 1813). Puesto que no se han localizado en el Archivo Municipal los documentos que anotan los alojamientos en estas fechas, no podemos situar el alojamiento del niño rey.
Quiero centrarme hoy en la figura del favorito Manuel Godoy, príncipe de la Paz. Después de cotejar diversas fuentes y a la luz de un nuevo testimonio concluyo que el Bailío no lo acogió en su casa, entre otras cosas porque ni siquiera durmió en Burgos.
Godoy viajó de Chamartín a Bayona casi a la vez que los reyes padres. Según las cartas de Murat a Napoleón, Godoy sale del Campamento de Chamartín el 22 de abril a las 10h de la noche. Carlos IV y María Luisa salen el mismo 22 del Escorial para hacer noche en el Pardo y seguir su camino a Bayona el día 23. No van juntos, pues Godoy viajaba de incógnito bajo extremas medidas de seguridad, escoltado y quemando etapas, por temor a que alguien atentase contra su vida. El viaje de los reyes padres, en cambio, fue en olor de multitudes y, además, largo y tedioso debido a la enfermedad reumática de Carlos IV y porque, como la reina relata en sus cartas a Joachim Murat, lugarteniente del emperador en España, encontraron todo tipo de dificultades para conseguir mulas de refresco. Llega al extremo de acusar a su hijo Fernando de querer retrasar e incluso impedir que pudieran encontrarse ellos también con el emperador.
El hecho es que, cuando los reyes padres pasan por Burgos (27 de abril), Godoy ya estaba en Bayona.
Pero remontémonos al encarcelamiento de Manuel Godoy. El favorito, odiado por el pueblo, por Fernando VII y por sus partidarios, había sido destituido y apresado tras el Motín de Aranjuez, el 19 de marzo de 1808. El mismo Fernando, aún no proclamado rey, pero actuando como si ya lo fuera, salvó in extremis a Godoy de un linchamiento popular y lo encerró a la espera de juzgarlo. Desde ese momento, los reyes padres, recluidos, asustados por la hostilidad popular y desbordados por los acontecimientos en los que su propio hijo los había traicionado, no olvidaron a su favorito: solicitaron reiteradamente a Murat la liberación de Godoy. Así le escribe María Luisa el 22 de marzo:
“El rey mi marido y yo esperamos solamente que el Gran Duque haga todo lo que esté en su mano por nosotros que hemos sido siempre fieles aliados del Emperador, y grandes amigos del Gran Duque. El pobre Príncipe de la Paz lo es y lo ha sido siempre. Le pedimos que lo salve, que nos salve y que nos lo deje a nuestro lado para siempre, para poder terminar nuestros días tranquilamente juntos, porque queremos terminarlos tranquilamente en un clima más suave y retirados, sin intrigas, sin mandos, pero con honor”. (Comte de Murat. «Murat, lieutenant de l’Empereur en Espagne 1808». Paris, librairie Plon. 1897)
Josefa Tudó, amante de Godoy y madre de dos hijos suyos, de tres y dos años, también se lo pidió desde su refugio en Almagro el 25 de marzo de 1808:
“Si pudiese, iría a ponerme a los pies de Vuestra Alteza: pero tengo absoluta confianza en que no me abandonaréis, ni a vuestro amigo el Príncipe, que mucho lo ha sido de Vuestra Alteza. Que el que tiene posibilidad ayude al que es desgraciado: monseñor, hacedlo y añadiréis este acto a tantos otros que os enaltecen”.(«Murat, lieutenant de l’Empereur en Espagne 1808». Op cit.)
Pero, sobre todo, Napoleón quería al favorito fuera de España (como a toda la familia real) y dio repetidas órdenes a Murat para que consiguiera su liberación por las buenas o por las malas. Murat esperó el momento propicio para asegurarse de que la presencia del rey Fernando no sería un obstáculo. Así se lo comunica a Napoleón el 14 de abril:
“Espero la noticia de la salida de Burgos del Príncipe de Asturias antes de insistir formalmente para que [el Príncipe de la Paz] me sea entregado. Ese es el punto delicado, pero las órdenes de Vuestra Majestad serán ejecutadas y conseguiré los mismos resultados, aunque un poco más tarde”. (“Lettres et documents pour servir à l’histoire de Joachim Murat. Tome V. Lieutenance de Murat, grand-duc de Berg en Espagne» Paris. Librairie Plon. 1911)
Por su parte, Napoleón se dirigía a Fernando en una carta el 16 de abril haciéndole reflexionar sobre el caso de Godoy:
“¿Cómo podría llevarse a cabo un proceso contra al Príncipe de la Paz sin hacerlo a un tiempo contra la Reina y el Rey vuestro padre? Tal proceso alimentará los odios y las pasiones facciosas. Las consecuencias serán funestas para vuestra corona. Vuestra Alteza Real no tiene más derecho a ella que los que le ha transmitido su madre; si el proceso la deshonra, Vuestra Alteza rompe sus derechos. (…) He manifestado a menudo mi deseo de que el Príncipe de la Paz fuera alejado de los asuntos del gobierno. Que sea exiliado de España, y yo le ofreceré refugio en Francia». (Correspondance de Napoléon, histoire-empire.org)
Napoleón también aprovecha para prevenir a Fernando de que no lo reconoce aún como rey:
“En cuanto a la abdicación de Carlos IV (…) lo digo a Vuestra Alteza Real, a los españoles y al mundo entero: si es motu proprio, si no se ha visto forzado a ella por la insurrección y el motín de Aranjuez, no pondré impedimento en admitirla”.
Tras días de arduas negociaciones con la Junta de Gobierno que había quedado en Madrid tras la partida de Fernando VII, presidida por su tío el infante don Antonio Pascual, tras llegar, incluso, a amenazar con emplear la fuerza para llevarse a Godoy, Murat, por fin, escribe al emperador el día 20 de abril a medianoche:
«Acabo de recibir de la Junta la orden para que me entreguen al Príncipe de la Paz. El general Exelmans parte ahora mismo para recibirlo y seguirá camino hacia Bayona a donde creo llegará el cuarto día«. (“Lettres et documents pour servir à l’histoire de Joachim Murat» Op.cit.).
La liberación de Godoy resultó rocambolesca. Contamos con el diario del coronel Marie-Joseph-Thomas Rossetti, segundo del general Rémi Joseph Isidore Exelmans, para conocerla:
“A las diez de la noche el Gran Duque nos convocó al general Exelmans y a mí y, tras entregarnos la orden de la Junta, nos ordenó ir a buscar al Príncipe de la Paz, cautivo en la casa del marqués de Castelar, a dos leguas de Madrid. [Villaviciosa de Odón]. Teníamos instrucciones de llevarlo a cabo con la mayor prudencia, para que los guardias de corps que custodiaban al prisionero no pudieran impedir su salida. Se puso a nuestra disposición un escuadrón de cazadores de la guardia imperial.
A las dos de la madrugada, llegamos a la casa del marqués de Castelar y, habiendo dejado el escuadrón de la guardia y un carruaje a una cierta distancia, designamos algunos hombres para espiar lo que pasase y nosotros nos presentamos a la puerta del castillo, que estaba cerrada por dentro y custodiada por dos guardias de corps por fuera.
Nos anunciamos como portadores de una orden de la Junta para el marqués. Tras diez minutos de espera, fuimos conducidos ante el marqués, acompañados por un oficial de la guardia. El general Exelmans pidió hablar en privado con el marqués, y el oficial salió.
En cuanto el marqués leyó la orden, nos dijo, golpeándose la frente, que era una traición de la Junta y que querían deshonrarle. Quisimos calmarle diciéndole que podía conservar la orden, y que, con ella, él quedaba libre de cualquier responsabilidad. Tras un cuarto de hora de conversación, el marqués nos dijo, como si intentara calmar su conciencia: “Señores, voy a entregarles a mi prisionero porque comprendo que el archiduque Antonio jamás habría firmado tal orden si el rey, mi señor Fernando VII, no se lo hubiese ordenado”. Hizo entrar al guardia, le informó de nuestra misión y le comunicó la orden. Acordamos que todo se haría con el mayor sigilo para no alertar a la compañía de guardias de corps.
El marqués de Castelar nos hizo bajar a la planta baja y nos introdujo en una sala contigua a la que servía de celda al prisionero. A la celda entró él solo y salió diez minutos después pidiéndonos una declaración que certificase la entrega del Príncipe, lo que hicimos al momento. Volvió a entrar a la celda y un instante después nos entregó al prisionero sin mediar palabra.
El Príncipe quería hacernos preguntas, pero no era el momento oportuno. El general Exelmans se limitó a decirle que éramos edecanes del Gran Duque de Berg y que veníamos a buscarlo de su parte, lo que lo tranquilizó. Salimos por una pequeña puerta acompañados por el marqués y el oficial, y, tras cruzar un patio rústico y un huerto, salimos por otra puertecita que daba al campo.
Nuestros acompañantes se despidieron y, como iba a amanecer, anduvimos ligeros campo a través para llegar hasta nuestro destacamento y al carruaje, en el que hicimos montar al Príncipe. El general Exelmans y yo montamos a caballo y el carruaje se puso en marcha escoltado por el destacamento.
No debíamos entrar en Madrid, sino conducir al Príncipe al campamento de Chamartín, a una legua de Madrid, al otro lado de la ciudad. Ya era de día cuando llegamos a los bulevares de las afueras, era el momento en que los campesinos de los alrededores llegaban para llevar sus productos al mercado. El Príncipe, que temía que lo reconocieran, se escondió al fondo del carruaje y nos costó un poco convencerle de que o tenía nada que temer. ¡Ese era el hombre que durante doce años había gobernado España y las indias, según su capricho y sus placeres!
El Príncipe de la Paz era alto, de figura imponente, pero su barba era muy larga, puesto que desde su arresto el 19 de marzo no se le había permitido afeitarse; estaba en zapatillas y cubierto por un capote.
Hacia las seis de la mañana llegamos al campamento de Chamartín y tras entregar al prisionero al general Gobert, entramos en Madrid para informar al Gran Duque de nuestra misión”. («Lettres et documents pour servir à l’histoire de Joachim Murat» Op.cit.)
A pesar de la pretendida discreción con la que se llevó a cabo, la noticia de la liberación corrió como la pólvora. Dufour, un médico y científico francés que estaba en Madrid en aquellos días relata así la reacción de unos españoles:
“El 21 pasé varias horas en casa del profesor Lagasca. Mientras estábamos entretenidos con su herbario, un militar amigo suyo entra como un loco y, presa de la más viva indignación, anuncia que, durante la pasada noche, Godoy, Príncipe de la Paz, ha sido secuestrado en su prisión por emisarios franceses y que está rumbo a Francia. Lagasca se queda estupefacto, pero enseguida, ese hombre de ciencia se transforma en un energúmeno furioso. Nunca vi un cambio de carácter tan súbito y extraordinario. No hay imprecaciones, insultos, incluso los más groseros, que no vomitase contra Murat y contra Napoleón, expresándose tanto en latín como en español; pronosticaba los acontecimientos más funestos para los franceses, y pensé in peto que, si esos dos patriotas eran como los demás españoles, en verdad teníamos mucho que temer”. (Dufour, Léon. «Souvenirs d’un savant français». J.Rostchild Éditeur. 1888)
Así pues, la liberación de Godoy y su acogida por el emperador sería considerada otra traición más al pueblo español. Por eso, las órdenes de Napoleón dictaban que Godoy viajase de día y de noche. Ya el 25 de abril Napoleón escribe a Talleyrand que el Príncipe de la Paz llegará por la noche de ese día. En realidad, hace su entrada en Bayona el 26, según lo confirma el mismo Godoy en sus memorias:
“No olvidaré jamás el día, día 26 de abril, en que llegué a aquel campo de Bayona” («Memorias de don Manuel Godoy, príncipe de la Paz». Tomo VI. Gerona, Librería de Vicente Oliva, 1841)
El emperador también se lo comunica a Murat el día 26:
“Acabo de ver al Príncipe de la Paz, hemos hablado durante una hora. Sería necesario que enviaseis a Bayona a sus hijos, a las demás personas de su familia y también sus cosas. Lo he recibido bien porque es desgraciado y lo han tratado de una forma atroz.” (Lecestre, Léon. «La guerre de la Péninsule d’après la correspondance inédite de Napoléon Ier». Paris. Revue des questions historiques. 1896).
Ni Godoy en sus memorias ni Murat en su correspondencia dan detalles de las etapas del rapidísimo viaje. Sólo podemos resumirlo en sus fechas:
- 21 de abril: es liberado de madrugada, como indica Godoy en sus memorias:
“De prisionero en propia tierra, cual lo era el 20 por la noche todavía, cambiadas mis cadenas, al despuntar del alba el 21, halléme prisionero de Francia y trasladado al campamento del general Govet, en donde abrí mis ojos a la luz del cielo como un muerto que salido del sepulcro se encontraría en un mundo nuevo, sin conocer a nadie, sin ninguno de los suyos, y entre gente extraña armada”. («Memorias de don Manuel Godoy, príncipe de la Paz» Op.cit.)
También lo confirma Murat cuando ese mismo día 21 escribe a Bessières:
“El Príncipe de la Paz está en mi poder desde esta madrugada a las dos. Se irá esta tarde a las 8 acompañado por un oficial. Le ruego dé órdenes para proporcionarle las escoltas y los relevos del emperador. (…) El rey y la reina parten mañana a reunirse con al emperador. Mañana le informaré con la estafeta de la fecha de su llegada a Burgos”. («Lettres et documents pour servir à l’histoire de Joachim Murat» Op.cit.)
Y ese 21 a medianoche lo comunica a Napoleón:
“Sire, el Príncipe de la Paz, que me ha sido entregado la noche pasada a medianoche, se va dentro de una hora. Lo hago acompañar por Manhès, uno de mis edecanes. Habría salido ayer mismo si no me lo hubieran entregado sin ropa, sin efectos y con una barba de diez pulgadas. Ha tenido que pasar la noche en el campamento en total incógnito. La Junta de Estado le ha enviado lo que necesitaba. Yo he creído que era mejor abstenerme de verlo”.(«Lettres et documents pour servir à l’histoire de Joachim Murat» Op.cit.)
- 22 de abril: salida desde Chamartín hacia Bayona según confirma Murat al emperador en una carta del día 23 a las 2 de la madrugada: “El príncipe de la Paz montó ayer en el carruaje a las diez de la noche”.
- 25 de abril: paso por Guipúzcoa. Según la obra “Murat, lieutenant de l’Empereur”, la reina María Luisa escribió a Murat el 26 de abril desde Lerma que había tenido ocasión de hablar con un correo que había visto al Príncipe de la Paz entre Vergara y Hernani.
- 26 de abril: llegada por la mañana temprano a Bayona.
Pero hoy podemos aportar un testimonio que nos habla de su paso por Burgos, aunque no confirma la fecha. El coronel Marie-Elie-Guillaume-Elzéar de Baudus (1786-1858), que estaba en Burgos desde finales de marzo con las tropas del mariscal Bessières, fue designado para acoger a Godoy a su paso por la ciudad, como relata él mismo:
“Me habían encargado verle mientras cambiaba de caballos […]La exasperación que reinaba en España contra el Príncipe de la Paz era tan violenta que las autoridades francesas, después de haber pedido con altivez que se lo entregaran, solo se atrevieron a que atravesara de noche las grandes ciudades situadas en la carretera de Madrid a Bayona; así, llegó a Burgos a las dos de la madrugada”. («Études sur Napoléon par le lieutenant-colonel de Baudus, ancien aide-de-camp des maréchaux Bessières et Soult». Paris, Debécourt Libraire. 1841)
Esto es lo que recuerda de Godoy, a quien los españoles calificaban de traidor sin escrúpulos:
“Hay que admitir que los detalles minuciosos que me hizo contar sobre los peligros que podía correr, sobre las precauciones que se habían tomado para protegerle, eran bien naturales. Sin embargo, el gran espanto que revelaban todas aquellas preguntas, la especie de abandono con la que aquel hombre descubría su alma ante un desconocido, ese sentimiento indigno de un gran carácter, me consoló”. («Études sur Napoléon par le lieutenant-colonel de Baudus» Op.cit.)
Según los trayectos de postas, entre Chamartín y Bayona hay 90 leguas; si las dividimos, más o menos entre el día 23, 24 y 25, más unas pocas leguas del día 22 a última hora y otras pocas del 27 por la mañana antes de entrar en Bayona, es posible que el coche donde iba Godoy de incógnito fuertemente escoltado por el jefe de escuadrón Manhès pasase por Burgos en la madrugada del día 24, y continuase su ruta haciendo un alto lejos de la ciudad para descansar.

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2. Las malcasadas: Gregoria de Palma. Nuevos datos para su historia.
Cuando se publicó el libro «Burgos 1808-1813: la ciudad y sus gentes», en el capítulo dedicado a las malcasadas, referí la historia desgraciada de Gregoria de Palma Valderrama, hija de un influyente notario de Burgos, a quien su padre impedía casarse con el hombre que ella había elegido. En aquel momento, sin tener todos los documentos, quedaban algunas incógnitas.
El resumen de la historia, que conocemos por actas notariales, es el siguiente: Gregoria de Palma, hija del notario don Miguel de Palma Valderrama, se enamora de Juan Pérez Careaga, pasante en la notaría de su padre. A partir de septiembre de 1806 desparecen las firmas del pasante en los documentos de la notaría y en cambio, aparecen en los documentos del notario don Agustín de Espinosa. A mediados de ese mes, Gregoria pide a su padre consentimiento para casarse y él le da largas. Las desavenencias entre padre e hija llevaron a la violencia y, finalmente, a que el padre depositara a Gregoria en casa de unas primas. El 7 de febrero de 1807, por fin, don Miguel de Palma entrega de mala gana a su hija una licencia para contraer matrimonio “con quien fuese de su voluntad” “sin que incurra en pena alguna más que en la desgracia de su padre”. Los padres del novio también han otorgado licencia, aunque dolidos, haciendo “constar la indiscreción en que está consentida y obtenida por doña Gregoria la del referido Don Miguel”. El 17 de febrero se firman ante el notario Agustín de Espinosa las capitulaciones matrimoniales y se hacen las lecturas de las amonestaciones en las parroquias de San Lorenzo y San Lesmes, sin que se presenten impedimentos.

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Pero la noche del 26 de febrero, don Miguel va a recoger a su hija a la casa de las primas con el pretexto de que todo queda olvidado y puede regresar a su casa. Sin embargo, llegados a la casa paterna, don Miguel la encierra en el desván sin contemplaciones y sin tener piedad de su embarazo de tres meses, quitándole incluso las ligas de las medias. Gregoria consigue escapar y llega hasta la tienda de Dominica Iradiel a quien convence para que abra porque tiene que comprar algo con urgencia. Allí se desahoga y la vendedora da parte al alcalde. El alcalde pide explicaciones al padre y a la hija, y opta por no entregar a Gregoria a su padre, sino que determina depositarla en casa del notario Agustín de Espinosa. Don Miguel, entonces, acude al tribunal eclesiástico y consigue un impedimento para que se celebre el matrimonio, a la par que acude a la Chancillería y al Gobernador del Consejo de Castilla para pedir que declaren nula la licencia que dio.
¿Por qué se oponía tan vehementemente don Miguel a la boda de su hija, aun sabiendo que estaba embarazada? Hoy podemos aderezar los hechos con algunos datos más que proceden del Archivo Histórico Provincial. Un libro de actas, que hasta ahora yo no había podido consultar debido a su frágil estado de conservación, contiene los datos que buscamos. Pertenece a la notaría del mismo Miguel de Palma Valderrrama y desde aquí, agradezco muchísimo a la directora del Archivo que me concediese permiso para verlo.
Leamos lo que don Miguel de Palma hizo constar en un documento de 14 de marzo de 1807:
“No han sido suficientes cuantas correcciones paternales pueden imaginarse, ni los consejos amistosos dados por personas de carácter para contener la desobediencia y pasión de su hija doña Gregoria de Palma, niña joven que apenas ha cumplido diez y seis años, a fin de que no reiterase las frecuentes escapadas que había hecho de la casa de su padre con el sensual ánimo de casarse, habiéndolo ejecutado últimamente con ánimo resuelto de no volver jamás. Con este medio violento y de otros de que valió, consiguió que yo, el otorgante, hallándome fuera de mí y en crítico tiempo en que sólo obraba la cólera de un padre justamente irritado tanto como injustamente desobedecido por una niña de tan corta edad, la di una que han querido titular “licencia” tan absoluta de 7 de febrero que por ella la dejé libre para que pudiera casarse con quien quisiese y fuese su voluntad sin concurrir en otra pena que la desgracia perpetua de su padre.
En virtud de esta figurada licencia que está concebida bajo unos términos singulares y jamás vistos en documentación de esta clase, parece (que) pasó el otorgamiento de esponsales con Juan Pérez Careaga y San Martín, natural de Poza y criado mío a el cual había echado de casa a últimos de agosto del año próximo pasado, después de haberle tenido por tal criado dos años y medio. Llegada a mi noticia la lectura de proclamas, [supe] no menos que este tenía un tío llamado Manuel de San Martín a quien en el año 1790, como capitán de una cuadrilla de ladrones y faccioneros, le habían dado 200 azotes con otros y tenido debajo de la horca tres horas, cuya sentencia se efectuó en la dicha ciudad y citado año; por todo eso y otros feos lunares que hay en su familia opuestos enteramente a los rectos procederes y nobleza que me asiste y a toda mi descendencia, puse el más formal impedimento a que se realizase ese enlace ante el provisor vicario general de este arzobispado, por quien se dio el debido interdicto a los curas con especial mandato de que no pasasen a autorizar el matrimonio hasta nueva orden.”
En el mismo documento, don Miguel pide “los castigos y penas impuestos por las leyes contra los criados seductores de las hijas de los amos con el fin de casarse con ellas en cuyo delito ha incurrido el tal Juan Pérez Careaga y San Martín”. Hay que señalar que, en el s.XVII, el criado que abusaba de la doncella noble era condenado a muerte. ¿Era eso lo que buscaba don Miguel para Juan Pérez?
El 23 de abril don Miguel estuvo en condiciones de presentar un testimonio “en que constaba la sentencia de azotes y ser pasado por debajo de la horca Manuel de San Martín, tío carnal del criado seductor Juan Pérez San Martín efectuada en dicha ciudad en el año pasado de mil setecientos noventa y dos con los certificados y otras sentencias dadas por ladrones, y a otros primos suyos, uno de ellos hijo del azotado”.
El 27 de junio, don Miguel sigue presentando quejas ante la Chancillería de Valladolid porque, además, pretenden hacerle pagar los gastos de mantenimiento de su hija depositada en otra casa por orden del alcalde :
“El 26 de febrero habiéndoseme escapado por última vez de mi casa una hija mía de 16 años con el fin de casarse… refugiándose en casa de Dominica Iradiel vendedora pública de los pescados frescos, por efecto de entrar en ella con mucha frecuencia Juan Pérez, toda la noche estuvo depositada en casa de la tal Dominica y la remueven luego a la de Agustín de Espinosa, casa parcial del seductor, siendo el mismo escribano que los capituló”.
Esto es lo que más injusto le parece al padre, que el alcalde determinase llevar a la niña a la misma casa donde trabaja Juan Pérez, su seductor, desde que don Miguel de Palma le echó de su notaría. El escribano Agustín de Espinosa había redactado las capitulaciones matrimoniales de los dos jóvenes a la vista de la licencia paterna y, lo que es peor, añade que en la casa “Espinosa la deja al cargo de su mujer niña que apenas puede llegar a los 21 años”.
¿Cómo terminó la historia? Les remito a “Burgos 1808-1813: la ciudad y sus gentes” para comprobarlo.
3. Estadísticas de población, anexo 4.

Archivo Municipal de Burgos
Habiendo tenido acceso en el Archivo Diocesano de Burgos a un libro de registros parroquiales antes extrapolado, se pueden ampliar las estadísticas de población que aparecen en el libro, sumando los datos de los bautizados en la parroquia de San Nicolás entre 1808 y julio de 1813.

4. La reina Carolina de Nápoles, madrina de Carlo Filangieri

Fuente: Wikimedia
Este dato anecdótico también debe corregirse. Al hablar del duelo que tuvo lugar en Burgos y que tanto encolerizó a Napoleón, protagonizado por Carlo Filangieri, reproduje descuidadamente un dato recogido por diversas obras y periódicos franceses tales como la “Histoire anecdotique, politique et miitaire de la Garde Impériale par Émile.Marco de Saint-Hilaire” Eugène Penaud et Cie Éditeurs, Paris 1847, o periódicos como el Journal du commerce de Lyon en 1835, L’indépendant de Marseille en 1842, L’Écho français en 1837… Todos ellos dicen, hablando de este joven napolitano, que “Napoleón lo consideraba como uno de sus hijos adoptivos, sobre todo porque era el ahijado de su hermana, Madame Murat”. Carlo Filangieri llevaba el nombre por su madrina, la reina Carolina de Nápoles, pero no se trata de Carolina Murat, también reina de Nápoles, porque en el momento del bautizo del niño (1784) no reinaba; la verdadera madrina fue su predecesora en el trono María Carolina de Austria,- hermana de la malograda María Antonieta-, casada con el rey Fernando IV de Nápoles, hermano del rey español Carlos IV.

Fuente: Wikimedia