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Louis-François Lejeune: sus pinturas y su estancia en Burgos

En el libro «Burgos 1808-1813: la ciudad y sus gentes» aparecen algunos detalles de pinturas de Lejeune en las ilustraciones nº 58 y nº 151, pero la impresionante obra de este artista, que visitó Burgos en varias ocasiones, merece una ventana propia porque en ellos descubrimos historias que nos van a sorprender.

Louis-François Lejeune (1775-1848) fue pintor, grabador, capitán de ingenieros y ayuda de campo del mariscal Berthier. Se alistó a los 17 años, participó prácticamente en todas las campañas de Napoleón durante veinte años, y combatió después en el ejército de Louis XVIII. En España, durante la Guerra de la Independencia, ascendió a coronel tras el sitio de Zaragoza.

Lejeune tomaba apuntes en el campo de batalla para crear después grandes cuadros en los que combina la veracidad histórica con una composición magistral en escenas que narran visualmente los hechos con gran minuciosidad.

No hay como verlos en la página de las colecciones del Château de Versailles, el museo que los expone. Entrando en el enlace, se puede seleccionar cada cuadro, leer los comentarios que los acompañan (en francés) y ampliar mucho la imagen para descubrir todos los interesantísimos detalles.

La ilustración nº 58 del libro, en la que vemos la berlina del emperador, pertenece al cuadro “Bivouac de Napoléon à la veille d’Austerlitz”. La ilustración nº 151, donde vemos al médico Larrey, es una parte de la obra “Bataille de la Moskova”.

Pero es el cuadro “Attaque du grand convoi près de Salinas en Biscaye, 25 mai 1812” el que vamos a analizar documentando los hechos que representa porque los hemos mencionado en el capítulo del libro dedicado al pequeño Victor Hugo.  En aquel brutal asalto a un convoy fuertemente escoltado, los guerrilleros se cobraron las vidas de muchas personas que regresaban a Francia, entre ellas, Louis Deslandes, secretario personal de José I, que viajaba con su esposa.

En realidad, este hecho tuvo lugar el 9 de abril de 1812. Hay que decir que los cuadros de Lejeune no son fieles a una única realidad, sino que son crónicas que condensan varios hechos históricos en los que retrata a personas conocidas. En este caso, el cuadro ilustra ese asalto de 1812 y otro perpetrado el 25 de mayo de 1811. Ambos causaron muchas muertes y ambos fueron organizados por los guerrilleros de Mina, cerca de Salinas, en el desfiladero del camino que conduce al puerto de Arlaban. En el de 1811, el convoy escoltaba a prisioneros españoles e ingleses, y fue tan imprevisto y sangriento que, según parece, los prisioneros pidieron armas para enfrentarse a los atacantes; en el de 1812, en el largo convoy en el que viajaban familias con mujeres y niños, resultó muerto el sr. Deslandes. Añadiremos que Deslandes llevaba cartas confidenciales del rey para su esposa Julie y para el emperador que cayeron en manos de Mina, en concreto un par de cartas en la que José hablaba de abdicar si el emperador no le mostraba más confianza traspasándole el mando del ejército y sobre todo, y si Napoleón no cejaba en su intento de desmembrar y someter España; la gaceta de Cádiz se encargó de publicarla inmediatamente, lo que contribuyó a aumentar mucho la moral de españoles e ingleses.

Leamos primero la explicación que el propio Lejeune dio sobre su obra cuando la expuso en París, en el Salón de 1819.

“Los detalles del cuadro son históricos. Los generales del ejército francés en España enviaban a Francia a los no combatientes escoltados en un convoy. En él iban nuestros prisioneros y nuestro heridos, damas españolas y francesas de la Corte de Madrid, oficiales de diferentes cuerpos para incorporarse a otros ejércitos, los equipajes y un gran número de cabezas de ganado merino para mejorar nuestras razas de corderos. Al llegar al desfiladero de Salinas, el enemigo, oculto en los barrancos a derecha e izquierda de la carretera, dejó pasar a nuestra vanguardia sin descubrir su posición, las colinas estaban llenas de pastores y todo invitaba a los viajeros a sentirse seguros. Atravesaban con alegría los parajes agrestes en los que se ven varios castillos de los moros arruinados por el Cid. Sin embargo, los que se habían apeado para gozar de la belleza del campo debían volver a los coches amenazados por la cercanía de una tormenta, cuando, repentinamente, las guerrillas del general Mina salieron con gran estrépito de sus escondites y sembraron el desorden en medio del convoy.
Se vio a los prisioneros agitarse esperando que los liberaran, y su presencia aumentaba el peligro; pero nuestros soldados, sin dejarse amedrentar, hacen frente por todas partes. Sitúan los carros en la retaguardia del convoy, formando un cuadrado en cuyo interior se colocan para disparar entre las ruedas a la caballería de los españoles. En otra parte, nuestros soldados heridos apoyándose en los miembros que les quedan, secundan los esfuerzos de la escolta, y hacen una muralla con sus cuerpos para defender a las mujeres presas del pánico.
En medio de la horrible pelea, el amor filial y la ternura materna o conyugal alientan valor a todos los sexos y todas las edades. La marquesa de Manca presenta su pecho a los enemigos para proteger a sus hijas a las que reúne entre sus brazos. Un oficial, el conde de Beaumont, con una pierna de madera se interpone para salvarla. La cantinera Catherine, uniéndose a varios heridos armados, defiende a su marido enfermo e impedido para el combate. El pequeño tambor Jules, poniéndose delante de su padre ciego (representado con los rasgos de Sir Charles Doyle) le coge la espada para defenderlo; el padre solo piensa en proteger a su hijo e intenta taparlo con sus manos, mientras un prisionero también lo protege. El señor Deslandes, secretario del Rey, pierde la vida en los brazos de su mujer a la que quería proteger. Los ingleses prisioneros, en agradecimiento al buen trato recibido, rechazan indignados las armas que les ofrecen los españoles para liberarlos y luchar; en cambio, cogen las escopetas de nuestros heridos y las usan para defenderlos, tomando parte en la liberación del convoy y regresando a Francia con él”. 

Este es el informe de Gaspard, un correo francés que relató el 23 de abril de 1812 cómo sucedió el ataque:

“Deslandes, secretario del rey José, había salido de Vitoria a las cinco y media de la mañana con un convoy escoltado por mil quinientos polacos y varios pequeños destacamentos. Hacia las nueve llegaron a un desfiladero entre las gargantas de Salinas y el puerto de Arlaban, momento en el que dos mil guerrilleros se lanzaron sobre ellos. Los polacos no habían enviado por delante a los exploradores; iban con las armas sin cargar. Cuatrocientos cayeron heridos de muerte. El cochero de Deslandes trató de escapar, pero pararon el coche, Deslandes y su mujer tuvieron que bajar, ella se desmayó y él no quiso dejarla en aquel estado. Los guerrilleros lo alcanzaron y lo acribillaron en los brazos de su mujer”. 

Abel Hugo, hermano de Victor Hugo, que estaba al servicio del rey, también añade algunos detalles más:

“Las cartas de José no llegaron a la reina Julie. El sr. Deslandes que las llevaba y que, para cuidar de una salud debilitada por las fatigas y la falta de sueño, regresaba a Francia con su familia, no llegó a su destino. El convoy en el que viajaba fue detenido a dos días de marcha de Francia, en el desfiladero de Salinas, por una de las partidas de guerrilleros a las órdenes de Mina. Los rebeldes asesinaron a la escolta, tomaron el convoy y lo saquearon. Al sr. Deslandes lo mataron al intentar proteger a su mujer y esconder las cartas que le habían sido confiadas. El sr. Deslandes hablaba perfectamente español, quiso pedir clemencia para su mujer, embarazada de siete meses, a un oficial insurgente que estaba asistiendo al saqueo de su coche. La pureza de su lenguaje hizo que lo tomaran por un español y fue la causa de su muerte. Un campesino le asestó un golpe mortal llamándole “Traydor” (así escrito en español en el texto). Cayó en los brazos de su mujer. El general Mina que llegó cuando expiraba, expresó una profunda aflicción por lo sucedido. Intentó suavizar la posición de la señora Deslandes con mil cuidados y la dejó en libertad tres meses después en cuanto el parto y el estado de su salud permitieron que fuera conducida a los puestos de avanzada franceses”.

Espoz y Mina, en sus memorias, también relata los dos ataques. Según sus propias palabras, el de 1811 «fue tan horroroso para los franceses como glorioso para la división»:

«De la escolta, que pasaría de mil doscientos hombres, apenas volverían con salud á Vitoria, á dar noticia de su desdicha, cuatrocientos : murieron muchos, se hicieron prisioneros, se rescataron los que llevaban nuestros, que pasaban de mil, entre españoles e ingleses y se cogió un rico botín […] Y como no me era posible conducir tanto coche y carro como quedó en nuestro poder, permití que siguiesen su marcha, especialmente aquellos que iban ocupados por señoras».

Así resume el ataque de 1812:

«No duró mas que una hora la pelea, de la cual salimos victoriosos, dejando tendidos en el campo de seiscientos a setecientos enemigos muertos, hiriendo á quinientos, hechos prisioneros á ciento y cincuenta, entre ellos á Dª Carlota Aranza, mujer de Mr. Deslandes, secretario del rey José, que al querer huir, saliendo de su coche, fue muerto sin ser conocido ; otras dos señoras andaluzas, cinco niños de tierna edad, que nadie reclamaba, y por esto los envié á Vitoria para que fuesen entregados a sus familias, si se reconocían; tomado todo el convoy, dos  banderas, la caja del regimiento polaco de infantería, ocho tambores, y las cartas que el muerto Monsieur Deslandes llevaba del rey su amo para Napoleón; y por último, se rescataron cinco oficiales y cuatrocientos soldados del ejército de Ballesteros , que llevaban á Francia prisioneros. Y todo esto sin otra pérdida por mi parte que la de cinco hombres muertos y cincuenta heridos». («Memorias del general Don Francisco Espoz y Mina escritas por él mismo». Tomo Primero. Madrid. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. 1851)

Carlota Aranza, nacida en 1793, era hija del consejero de Estado Blas de Aranza, y se había casado en 1811.

Lejeune en Burgos

Además de ofrecernos las crónicas visuales de su obra pictórica, el pintor escribió sus memorias, en las que registró sus impresiones a su paso por Burgos, donde estuvo en un par de ocasiones. Al parecer, llegó en marzo de 1808 y se quedaría unos dos meses, aunque ya podemos adelantar que sus recuerdos son un poco confusos.

Tuve el honor de saludar al príncipe de Asturias cuando atravesó Burgos* rodeado de sus guardias, precedido y seguido por grandes destacamentos de nuestra caballería.
Lejos de la agitación de Madrid y Bayona, estaba yo en Burgos desde hacía un mes con otros oficiales y los de la casa del Emperador que también tenían la misión de esperarle allí. Yo aprendía español, estudiaba las costumbres, las pasiones, las tradiciones caballerescas de ese pueblo extraordinario; admiraba las actitudes nobles y orgullosas que mostraba bajo la capa que escondía su miseria; dibujaba sus trajes, sus costumbres, sus monumentos; muchas veces me iba a galopar un rato a la Cartuja, a tres leguas, para soñar junto a la tumba del Cid. Dibujé los rasgos del héroe y los de Jimena su esposa, inspirándome en sus estatuas que están colocadas al lado de una de las más hermosas tumbas esculpidas en mármol blanco que existen en Europa, la de don Juan rey de Castilla y León**. Mis compañeros, igualmente ocupados en los placeres y en las bellas artes, tocaban música con las damas, estudiaban sus deliciosos boleros y se apasionaban viéndolas bailar el seductor fandango. Pero mientras estábamos tranquilos siendo unos pocos en medio de la población de Burgos, sobre nuestras cabezas se cernía sin avisar una tormenta sorda que iba a poner en peligro nuestras vidas”. («Mémoires du général Lejeune. De Valmy à Wagram. Près de Napoléon». Paris, Librairie Firmin-Didot et Cie. 1895)

* El príncipe de Asturias, para entonces ya rey Fernando VII, llegó a Burgos el 12 de abril esperando que estuviera allí Napoleón.
** La tumba de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal está en la Cartuja de Miraflores, a unos 4 kilómetros de la Catedral de Burgos (apenas una legua francesa). La tumba del Cid y Jimena con sus estatuas está en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, a unos 13 kilómetros de la Catedral (unas 3 leguas).

Durante su estancia, Lejeune también vivió la sublevación de los burgaleses, aunque, según él, ocurrió el mismo día que en Madrid, el dos de mayo, en lugar del 18 de abril.

Burgos, donde yo estaba, vio cómo el mismo día ocurrían los mismos acontecimientos. Caminaba a orillas del Arlanzón para ir a dibujar el magnífico bajorrelieve que está en la puerta del puente, cuando oí gritar: «¡Mueran los franceses!» y sonaron varios disparos.
Corrí enseguida al cuerpo de guardia de la Plaza Mayor donde la tropa había tomado las armas para presentar batalla. Nuestras otras tropas en la ciudad hicieron lo mismo. Y por más prisa que se dieron los conjurados en atacar, no pudieron sorprender a los nuestros ni hacerse con ninguna de nuestras posiciones.
Los disparos procedentes de algunas ventanas nos mataron a varios hombres; los que disparaba la muchedumbre compacta que se lanzaba corriendo hacia nosotros, la dejaban desarmada y nuestras descargas reiteradas, ordenadas y a bocajarro sobre aquellas masas de insurrectos, barrieron enseguida la plaza. El mariscal Bessières sacó las tropas de los cuarteles y acudió a nuestra ayuda. Todo aquello no duró más que una hora, y el orden y la sumisión quedaron restablecidos por doquier. Debo aquí elogiar a los habitantes de Burgos, porque no cometieron ningún asesinato aislado en aquella circunstancia”.

Lejeune permaneció en Burgos hasta que llegó la noticia del secuestro de Fernando VII en Valençay, y la reclusión de Carlos IV y Maria Luisa en Fontainebleau; inmediatamente, el emperador lo hizo regresar a Francia.
Pero Lejeune volvió a Burgos el 20 de noviembre de 1808 y se volvió a marchar el 22 rumbo a Madrid.

Cuando volvimos a Burgos el 20 de noviembre no encontramos a nuestros amigos: el terror y la guerra los habían dispersado y la ciudad que había sido saqueada tras la batalla, estaba aún en un estado de horrible desorden. El cuartel imperial solo se quedó dos días, después fue a Lerma el 22, y el 23 a Aranda. Aunque nuestras tropas avanzadas respetasen a la población inofensiva de las ciudades, los habitantes, temiendo las represalias de los asesinatos que muchos de ellos habían cometido, huían ante nosotros y dejaban sus viviendas, sus conventos y sus iglesias abiertos y saqueados. Los edificios abandonados suponían un aliciente para la codicia de los soldados; y, a pesar de la severidad de los oficiales, se saqueaban los muebles, las bodegas, las capillas, e incluso los sepulcros”.

Nos encantaría tener acceso a los dibujos que hizo Lejeune del Cid y Jimena o del Arco de Santa María, pero todavía no los he encontrado. En cambio, he descubierto una curiosísima acuarela suya fechada en Burgos en 1808 (ángulo inferior derecho), que la casa de subastas Drouot vendió en mayo de 2019. No se puede negar que los atuendos de los burgaleses resultan muy pintorescos. Voilà!

Louis-François Lejeune. Soldats et ecclésiastiques. Burgos 1808. Aquarelle.
Fuente: Drouot.com

Para terminar, traigo una última imagen, firmada también por Lejeune. Como telón de fondo, descubrimos un Burgos algo fantasioso lleno de campanarios. El grabado pertenece a la obra de Alexandre de Laborde «Voyage pittoresque et historique de l’Espagne». Como ya nos tiene acostumbrados Lejeune, la profusión de detalles merece que lo miremos muy de cerca.